sábado, 2 de junio de 2007

La ablación

La ablación femenina sigue siendo aún una práctica común en muchos países del mundo; en Somalia la sufren el 98% de las mujeres; en Egipto, el 97% y en Etiopía el 90%. Hasta el día 31 de marzo, Eritrea estaba también a la cabeza de estas estadísticas, sin embargo, ese día entró en vigor una ley que prohíbe la mutilación de los genitales de la mujer.

África y Oriente Medio son las zonas en las que es más común quitar el placer sexual a ellas. La razón no se sabe exactamente. Aunque algunos lo achacan a la religión musulmana, lo cierto es que en ninguna parte del Corán(su libro religioso) hace alusión a esta práctica. Se trata más bien de una concepción cultural que, de no realizarse, se considera una deshonra y una humillación, tanto para la niña como para su familia.


Esta es la razón por la que muchas madres educan a sus hijas en esta creencia y, llegado el momento, el ritual es todo un espectáculo para quien lo observa. El proceso es fácil: la progenitora prepara a su pequeña para aguantar el dolor porque, otra cosa (llorar o gritar) es síntoma de debilidad y se dirigen, junto con hermanas, primas, vecinas y demás a la casa de la matrona del pueblo. Ella es la encargada de celebrar la ceremonia. La niña calla.

He rescatado un video estremecedor que muestra el horror de esta práctica. Su origen está en el homenaje que la Comunidad de Madrid hizo a la senegalesa Khady Koita al concederle el Premio a la Tolerancia.

Cuando crecen, esas mujeres apenas tienen deseo sexual: llevan un cinturón de castidad en carne viva. Sin embargo, eso no importa, los hombres así se aseguran de que ellos son los únicos que penetran a su pareja. He recogido un fragmento del libro La esclava de cleopatra de César Vidal en el que describe un acto de ablación desde el punto de vista de quien la sufre.

Aquella noche de viento fue especial para mí. No podría asegurar mi edad por aquel entonces pero, por lo que sucedió, y dado que yo vivía en una aldea, debía de rondar los quince años.(...) Antes de que pudiera darme cuenta, mis vecinas me sujetaban los brazos. Contemplé como la hermana de mi madre y su hija mayor me abrían las piernas y apretaban mis tobillos (...). Kat recorrió mi ingle con manos expertas. Con horror percibí que me abría los labios de la vulva. Un súbito calor me subió desde el pecho hasta la frente (...). Primero se trató de un tacto frío y desagradable, el de la hoja del cuchillo apoyada en el botón. Luego fue un ardor. La sensación de que me desgarraban, de que me quemaban y de que aquel fuego se extendía por mi vientre. Ansiosamente intenté respirar, pero no pude. El gélido filo siguió sembrando su ardor mientras descendía hasta mi muslo derecho. Grité. (...) La habitación comenzó a dar vueltas y mis ojos se cerraron, pero sólo para volver a abrirse sobresaltados al notar que el cuchillo recorría ahora el mismo camino en el otro lado de mi ingle.(...) Durante el tiempo que duró la cicatrización, mi madre y las otras mujeres me insistieron en que todo había sido realizado por mi bien y que en el futuro mi afortunado esposo tendría garantizada mi castidad de manera perpetua.

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