lunes, 4 de junio de 2007

El dolor tiene nombre de mujer

F. B, J. C. y Gema Hermoso son tres personas que se encuentran en el grupo de mujeres que sufren o han sufrido malos tratos por parte de sus parejas. La violencia de género y, en general, la violencia contra la mujer, es una de las cuestiones que más preocupa a la opinión pública mundial y al gobierno español, en particular. Por eso, entre los mecanismos de ayuda que se han creado, el Parlamento Nacional aprobó la "Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género” el 29 de diciembre de 2004.

Viven en Aldea de Retamar, un pueblo pacense de 523 habitantres que ha condicionado sus reacciones. Ellas así lo afirman; aseguran que, a la humillación que se siente por el comportamiento de sus agresores, se une la que provocan los comentarios y rumores que circulan por cada rincón. Sus historias representan las de muchas otras mujeres que tienen que enfrentarse a las amenazas y las palizas de sus novios o maridos y reflejan las posibilidades de acabar con ellas y empezar una nueva vida.


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domingo, 3 de junio de 2007

Otro tipo de maltrato

España no es el único país que sufre el lastre de unas diferencias de género y sexo mal entendidas. En todo el mundo se repiten escenas en las que las mujeres son agredidas por hombres. En el caso de países con un desarrollo inferior al nuestro y con culturas que relegan la figura femenina al último puesto de la escala social, la violencia no sólo se traduce en forma de palizas, sino también de violaciones, flagelaciones, represión, apedreamientos o ablaciones. Según el diario EL PAÍS, del 25-75 por ciento de la población femenina es maltratada físicamente en sus hogares de forma habitual; cerca de 120 millones de féminas han padecido mutilaciones genitales.



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La represión


Hay también otro tipo de maltrato psicológico que va más allá de los insultos y la infravaloración: la represión. Esto afecta a todo tipo de mujeres, de todas las clases sociales y en cualquier país del mundo, sin embargo, entre los casos más conocidos y polémicos está el del velo que las musulmanas están obligadas a llevar y el burka. Éste último es un hábito que cubre la figura femenina desde la cabeza hasta los pies. Cuenta también con una rejilla a la altura de los ojos, que es la única puerta que ellas tienen hacia el mundo, su único contacto con las sensaciones visuales.

En Afganistán, los talibanes impusieron la orden de que todas las mujeres llevaran la prenda y hoy muchas de ellas sólo encuentran la libertad cuando se autoinmolan. Una realidad dura que demuestra la represión a la que están sometidas y que deja claro que, si bien no pueden manifestarlo, ellas son absolutamente conscientes de la situación en la que viven. El reportaje de Georgina Higueras en elpais.com es un reflejo muy bueno de lo que está ocurriendo.
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sábado, 2 de junio de 2007

La ablación

La ablación femenina sigue siendo aún una práctica común en muchos países del mundo; en Somalia la sufren el 98% de las mujeres; en Egipto, el 97% y en Etiopía el 90%. Hasta el día 31 de marzo, Eritrea estaba también a la cabeza de estas estadísticas, sin embargo, ese día entró en vigor una ley que prohíbe la mutilación de los genitales de la mujer.

África y Oriente Medio son las zonas en las que es más común quitar el placer sexual a ellas. La razón no se sabe exactamente. Aunque algunos lo achacan a la religión musulmana, lo cierto es que en ninguna parte del Corán(su libro religioso) hace alusión a esta práctica. Se trata más bien de una concepción cultural que, de no realizarse, se considera una deshonra y una humillación, tanto para la niña como para su familia.


Esta es la razón por la que muchas madres educan a sus hijas en esta creencia y, llegado el momento, el ritual es todo un espectáculo para quien lo observa. El proceso es fácil: la progenitora prepara a su pequeña para aguantar el dolor porque, otra cosa (llorar o gritar) es síntoma de debilidad y se dirigen, junto con hermanas, primas, vecinas y demás a la casa de la matrona del pueblo. Ella es la encargada de celebrar la ceremonia. La niña calla.

He rescatado un video estremecedor que muestra el horror de esta práctica. Su origen está en el homenaje que la Comunidad de Madrid hizo a la senegalesa Khady Koita al concederle el Premio a la Tolerancia.

Cuando crecen, esas mujeres apenas tienen deseo sexual: llevan un cinturón de castidad en carne viva. Sin embargo, eso no importa, los hombres así se aseguran de que ellos son los únicos que penetran a su pareja. He recogido un fragmento del libro La esclava de cleopatra de César Vidal en el que describe un acto de ablación desde el punto de vista de quien la sufre.

Aquella noche de viento fue especial para mí. No podría asegurar mi edad por aquel entonces pero, por lo que sucedió, y dado que yo vivía en una aldea, debía de rondar los quince años.(...) Antes de que pudiera darme cuenta, mis vecinas me sujetaban los brazos. Contemplé como la hermana de mi madre y su hija mayor me abrían las piernas y apretaban mis tobillos (...). Kat recorrió mi ingle con manos expertas. Con horror percibí que me abría los labios de la vulva. Un súbito calor me subió desde el pecho hasta la frente (...). Primero se trató de un tacto frío y desagradable, el de la hoja del cuchillo apoyada en el botón. Luego fue un ardor. La sensación de que me desgarraban, de que me quemaban y de que aquel fuego se extendía por mi vientre. Ansiosamente intenté respirar, pero no pude. El gélido filo siguió sembrando su ardor mientras descendía hasta mi muslo derecho. Grité. (...) La habitación comenzó a dar vueltas y mis ojos se cerraron, pero sólo para volver a abrirse sobresaltados al notar que el cuchillo recorría ahora el mismo camino en el otro lado de mi ingle.(...) Durante el tiempo que duró la cicatrización, mi madre y las otras mujeres me insistieron en que todo había sido realizado por mi bien y que en el futuro mi afortunado esposo tendría garantizada mi castidad de manera perpetua.

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miércoles, 30 de mayo de 2007

La lapidación

Otra forma de maltrato a las mujeres que se sale de nuestra cultura pero no de la de muchos países africanos o de religión islámica es la lapidación. Es una muerte producida por el lanzamiento de piedras a una persona que está enterrada hasta el cuello o atada de algún modo. En cualquiera de los casos en los que se lleva a cabo, esta práctica es condenable, pero adquiere un significado especialmente detestable cuando se aplica a una mujer porque ha mantenido relaciones sexuales de las que ellos llamarían “ilegales”, es decir, fuera del matrimonio, sin estar casada, con una persona de otra religión diferente a la suya…

La lapidación era más común y generalizada antes de la aprobación y el reconocimiento de los Derechos Humanos. A medida que esos derechos se fueron adoptando, se abolió la práctica. La última noticia de la que se han hecho eco los medios de difusión sobre este aspecto ha sido el apedreamiento de Doaa Aswd Dekhil, una chica iraquí de 17 años. Los varones de su familia la sometieron a esta muerte tras descubrir que se había enamorado de un joven musulmán y que se había convertido al Islam para casarse con él.
Este vídeo muestra la dureza de este tipo de asesinato. Un aviso para navegantes:PUEDE HERIR LA SENSIBILIDAD.






Sin embargo, uno de los nombres que más ha sonado por este motivo ha sido el de Amina Lawal. Esta mujer nigeriana fue condenada a ser lapidada por tener un hijo después de haberse divorciado. En los Estados del norte de Nigeria se aplica la sharia, la ley musulmana, dado que los musulmanes son allí mayoría, sin embargo, los abogados de Amina consiguieron demostrar que el juicio no se había celebrado correctamente y logró que la absolvieran.
También Safiya Hussaini se enfrentó a un juicio de este tipo y también resultó condenada a morir apedreada por adulterio. En este caso, la asociación Amnistía Internacional lanzó una campaña a nivel mundial que dio a conocer lo que estaba ocurriendo y que pedía firmas para evitar que se materializase la condena. Esta fue una de las razones que llevó a la suspensión de la sentencia.
Estas dos mujeres pudieron librarse de un final como el que supone la lapidación, sin embargo, cada día se asesina a cientos de féminas como blanco de piedras que lanza una multitud enfebrecida. Cuando mueren, no sólo lo hacen ellas, sino que una parte de los derechos de la población mundial se ven violados y ninguneados, de ahí que seamos todos juntos quienes debamos luchar para evitarlo.
Otro tipo de maltrato

Desde el principio

F. B tiene 47 años. Lleva veinte casada con P. H y teme la hora de la comida. Es uno de los dos momentos del día que ambos comparten con sus tres hijos y recuerda que en muy pocas ocasiones ha habido tranquilidad: "llega de trabajar, aunque antes ha estado en el bar. Parece ebrio, pero él nunca lo reconoce".
De esta manera intenta justificar su agresividad; lo nota irascible y cualquier comentario puede ser el dononante de una discusión. A veces, de esas disputas ha pasado a los insultos y a la violencia física; en su cocina, pequeña y alicatada con baldosas blancas, un calendario de 2005 esconde un hueco en la pared: P. H la había empujado contra ella y se había caído. "Puta" es lo que más repite, pero F. B. dice estar inmunizada contra esa palabra. Reconoce que se ha planteado en muchas ocasiones acabar con su relación, pero no tiene medios económicos suficientes para criar a sus hijos y por eso nunca se atreve. Dos veces ha abandonado su hogar, aunque las dos ha vuelto por el miedo a que P. H. cumpliera su advertencia de matarla.
Su familia nunca estuvo de acuerdo en que se casara con él; entonces no le pegaba, pero había algo que les hacía desconfiar. Ahora, su madre y tres de sus seis hermanos conocen lo que ocurre. No quiere decirlo a nadie porque teme la reacción de su agresor.
Gema Hermoso tiene 40 años y ha compartido la mitad con P. M. Tienen una hija y, en su caso, los celos de su marido limitaban sus conductas habituales: no podía salir de casa si él no sabía en todo momento lo que estaba haciendo y tampoco podía vestir camisas de tirantes o ropa ceñida.
Gema explica que su relación ha pasado por distintas etapas: unas en las que P. M estaba más relajado y otras en las que las agresiones, tanto físicas como psíquicas, eran continuadas. También ha tenido miedo , sobre todo en aquella ocasión en la que él la amenazó con una de las escopetas que usa para cazar.
Su familia y sus vecinos conocen su testimonio, pero ella no ha querido abandonarlo. Todo cambió el 8 de marzo de 2004, cuando estaba celebrando el "Día de la Mujer Trabajadora" con otras componentes de la "Asociación de Mujeres de Aldea de Retamar". P. M. le había prohibido asistir porque el colofón de la fiesta sería una exhibición de bailes de salón por parejas: habría otros hombres y eso no le gustaba. Gema no hizo caso y, en torno a las siete de la tarde, él llegó al local donde todas estaban reunidas. Ambos empezaron una discusión que acabó cuando P. M. se abalanzó sobre ella. Los testigos llamaron a la Guardia Civil.
J. C. es una mujer de 46 años y llevaba 25 con su esposo. Ambos pertenecen a dos de las familias más acomodadas del pueblo; quienes los conocen cuentan que representaban el perfil de una pareja idílica.
Se ríe cuando escucha este comentario. Reconoce que siempre se ha esforzado para que eso fuera así, pero que desde el comienzo de su matrimonio, los improperios y las vejaciones han sido una constante. Hace cuatro meses recibió la última agresión: delante de su hijo menor, de 19 años, su marido, que había llegado borracho, le propinó un puñetazo que la arrojó contra la pared del comedor y cayó uno de los cuadros que estaban colgados en ella. Se fueron al cuartel e interpuso la que era su tercera denuncia: había retirado las dos anteriores con la esperanza de que todo cambiara.


El agresor y la víctima

Los expertos en violencia de género coinciden en que no existe un perfil exacto y cerrado de la persona maltratadora ni de la maltratada; sin embargo, se dan una serie de elementos comunes en sus identidades que también están condicionados por las circunstancias que los rodean.

En la mayoría de los casos, los que conocen a los agresores no sospechan de su naturaleza. Ellos se ocupan de cultivar una doble personalidad: la de hombre sociable y atento fuera de casa y la irascible en el hogar. Apelan a una idea de superioridad que les lleva a pensar que su pareja y sus hijos son una propiedad y que no pueden actuar de ninguna manera que no haya sido supervisada por ellos.

Las víctimas se someten a esa concepción porque se consideran a sí mismas inferiores a nivel físico y psíquico, carecen de autonomía y necesitan la aprobación de sus compañeros para tomar cualquier decisión.

Los maltratadores aparentan un alto grado de autoestima que esconde, en realidad, una personalidad acomplejada e insegura. Blanca Hernández, psicóloga del Servicio Extremeño de Salud (SES), explica que “normalmente, no tienen una identidad definida. Dependen de lo que les dicen otras personas y son fácilmente influenciables por el exterior, por eso no entienden que alguien a su alrededor no experimente esa sensación; mucho menos soportan que ese “alguien” sea su pareja”.
La película de Icíar Bollaín, "Te doy mis ojos" es uno de los testimonios cinematográficos que mejor ha retratado el perfil de uno y otro. Esta es una de sus escenas.


J. C. confirma que su esposo no quería que trabajara, porque él era “el hombre de la casa” y el que tenía la responsabilidad de mantener a su familia. Los especialistas atribuyen el origen de ambas conductas a hechos que tuvieron lugar durante la infancia. Tanto agresor como víctima sufrieron malos tratos o los presenciaron en un entorno cercano. En el caso del primero, ha desarrollado el concepto de violencia como el instrumento de relación con los demás: con ella puede conseguir todo lo que desee. En cuanto a las segundas, pierden la noción de lo que es un trato humillante y lo normalizan.

Blanca Hernández apunta que no es culpa de las mujeres agredidas que sus compañeros se comporten de esa forma, pero que son ellas quienes tienen que elegir si acaban con su situación o si continúan permitiéndola.

Ante la pregunta de “¿cómo era el día después?”, F. B, J. C y Gema comentan que es sorprendente cómo se olvidan de lo que han hecho antes. “Parece que las culpable hubieras sido tú o, al menos, así te sientes”, dice J.C.

Los profesionales ratifican estas afirmaciones y exponen que esa reacción forma parte de un mecanismo de defensa que consiste en negar lo que han hecho o justificarlo con argumentos como “ me sacó de quicio y perdí el control” o “tuve que amenazarla para que dejara de chillar”.
La frase “la maté porque era mía”, cuya connotación ha perdido credibilidad a raíz de su popularización, es una realidad que consta en numerosas declaraciones de los acusados.