miércoles, 30 de mayo de 2007

Desde el principio

F. B tiene 47 años. Lleva veinte casada con P. H y teme la hora de la comida. Es uno de los dos momentos del día que ambos comparten con sus tres hijos y recuerda que en muy pocas ocasiones ha habido tranquilidad: "llega de trabajar, aunque antes ha estado en el bar. Parece ebrio, pero él nunca lo reconoce".
De esta manera intenta justificar su agresividad; lo nota irascible y cualquier comentario puede ser el dononante de una discusión. A veces, de esas disputas ha pasado a los insultos y a la violencia física; en su cocina, pequeña y alicatada con baldosas blancas, un calendario de 2005 esconde un hueco en la pared: P. H la había empujado contra ella y se había caído. "Puta" es lo que más repite, pero F. B. dice estar inmunizada contra esa palabra. Reconoce que se ha planteado en muchas ocasiones acabar con su relación, pero no tiene medios económicos suficientes para criar a sus hijos y por eso nunca se atreve. Dos veces ha abandonado su hogar, aunque las dos ha vuelto por el miedo a que P. H. cumpliera su advertencia de matarla.
Su familia nunca estuvo de acuerdo en que se casara con él; entonces no le pegaba, pero había algo que les hacía desconfiar. Ahora, su madre y tres de sus seis hermanos conocen lo que ocurre. No quiere decirlo a nadie porque teme la reacción de su agresor.
Gema Hermoso tiene 40 años y ha compartido la mitad con P. M. Tienen una hija y, en su caso, los celos de su marido limitaban sus conductas habituales: no podía salir de casa si él no sabía en todo momento lo que estaba haciendo y tampoco podía vestir camisas de tirantes o ropa ceñida.
Gema explica que su relación ha pasado por distintas etapas: unas en las que P. M estaba más relajado y otras en las que las agresiones, tanto físicas como psíquicas, eran continuadas. También ha tenido miedo , sobre todo en aquella ocasión en la que él la amenazó con una de las escopetas que usa para cazar.
Su familia y sus vecinos conocen su testimonio, pero ella no ha querido abandonarlo. Todo cambió el 8 de marzo de 2004, cuando estaba celebrando el "Día de la Mujer Trabajadora" con otras componentes de la "Asociación de Mujeres de Aldea de Retamar". P. M. le había prohibido asistir porque el colofón de la fiesta sería una exhibición de bailes de salón por parejas: habría otros hombres y eso no le gustaba. Gema no hizo caso y, en torno a las siete de la tarde, él llegó al local donde todas estaban reunidas. Ambos empezaron una discusión que acabó cuando P. M. se abalanzó sobre ella. Los testigos llamaron a la Guardia Civil.
J. C. es una mujer de 46 años y llevaba 25 con su esposo. Ambos pertenecen a dos de las familias más acomodadas del pueblo; quienes los conocen cuentan que representaban el perfil de una pareja idílica.
Se ríe cuando escucha este comentario. Reconoce que siempre se ha esforzado para que eso fuera así, pero que desde el comienzo de su matrimonio, los improperios y las vejaciones han sido una constante. Hace cuatro meses recibió la última agresión: delante de su hijo menor, de 19 años, su marido, que había llegado borracho, le propinó un puñetazo que la arrojó contra la pared del comedor y cayó uno de los cuadros que estaban colgados en ella. Se fueron al cuartel e interpuso la que era su tercera denuncia: había retirado las dos anteriores con la esperanza de que todo cambiara.


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