miércoles, 30 de mayo de 2007

El agresor y la víctima

Los expertos en violencia de género coinciden en que no existe un perfil exacto y cerrado de la persona maltratadora ni de la maltratada; sin embargo, se dan una serie de elementos comunes en sus identidades que también están condicionados por las circunstancias que los rodean.

En la mayoría de los casos, los que conocen a los agresores no sospechan de su naturaleza. Ellos se ocupan de cultivar una doble personalidad: la de hombre sociable y atento fuera de casa y la irascible en el hogar. Apelan a una idea de superioridad que les lleva a pensar que su pareja y sus hijos son una propiedad y que no pueden actuar de ninguna manera que no haya sido supervisada por ellos.

Las víctimas se someten a esa concepción porque se consideran a sí mismas inferiores a nivel físico y psíquico, carecen de autonomía y necesitan la aprobación de sus compañeros para tomar cualquier decisión.

Los maltratadores aparentan un alto grado de autoestima que esconde, en realidad, una personalidad acomplejada e insegura. Blanca Hernández, psicóloga del Servicio Extremeño de Salud (SES), explica que “normalmente, no tienen una identidad definida. Dependen de lo que les dicen otras personas y son fácilmente influenciables por el exterior, por eso no entienden que alguien a su alrededor no experimente esa sensación; mucho menos soportan que ese “alguien” sea su pareja”.
La película de Icíar Bollaín, "Te doy mis ojos" es uno de los testimonios cinematográficos que mejor ha retratado el perfil de uno y otro. Esta es una de sus escenas.


J. C. confirma que su esposo no quería que trabajara, porque él era “el hombre de la casa” y el que tenía la responsabilidad de mantener a su familia. Los especialistas atribuyen el origen de ambas conductas a hechos que tuvieron lugar durante la infancia. Tanto agresor como víctima sufrieron malos tratos o los presenciaron en un entorno cercano. En el caso del primero, ha desarrollado el concepto de violencia como el instrumento de relación con los demás: con ella puede conseguir todo lo que desee. En cuanto a las segundas, pierden la noción de lo que es un trato humillante y lo normalizan.

Blanca Hernández apunta que no es culpa de las mujeres agredidas que sus compañeros se comporten de esa forma, pero que son ellas quienes tienen que elegir si acaban con su situación o si continúan permitiéndola.

Ante la pregunta de “¿cómo era el día después?”, F. B, J. C y Gema comentan que es sorprendente cómo se olvidan de lo que han hecho antes. “Parece que las culpable hubieras sido tú o, al menos, así te sientes”, dice J.C.

Los profesionales ratifican estas afirmaciones y exponen que esa reacción forma parte de un mecanismo de defensa que consiste en negar lo que han hecho o justificarlo con argumentos como “ me sacó de quicio y perdí el control” o “tuve que amenazarla para que dejara de chillar”.
La frase “la maté porque era mía”, cuya connotación ha perdido credibilidad a raíz de su popularización, es una realidad que consta en numerosas declaraciones de los acusados.

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