miércoles, 11 de abril de 2007

Real o virtual:en busca de la verdad

La película El precio de la verdad, de Billy Ray, recupera la historia de Stephen Glass, un periodista estadounidense que, tras ganarse un nombre entre los destacados de la información norteamericana, vio como su trabajo y su reputación cayeron vertiginosamente. Glass escribía para la revista The New Republic (1914) artículos sobre la gente y la vida cotidiana, sin embargo, el escándalo saltó con “Hack Heaven”. En él, el periodista cuenta la historia de un hacker de 15 años que ha abordado la página de una importante compañía de software. Todo esto no iría más allá de no ser porque todo es mentira: ni el joven, ni la empresa, ni los espacios ni nada de lo que incorpora en su relato están en la realidad. Esto desencadena una breve investigación que acaba con su despido fulminante.
Esta es la escena que muestra cómo Stephen cuenta emocionado la historia que ha descubierto sobre el famoso pirata.

El film no sólo pone de manifiesto la necesidad de la ética periodística como objeto principal para cumplir la misión de los medios de difusión, sino que avanza una cuestión que, en la actualidad, está más candente que nunca: ¿son fiables las publicaciones digitales? Esto viene a colación de que es un periodista del diario digital Forbes.com, Adam Penenberg, quien tira del hilo que desenrollará la madeja y es ese mismo diario quien lo saca a la luz pública.
Hoy en día la prensa en la red gana lectores casi cada minuto: ofrece rapidez, comodidad e información. Muchas personas cuestionan que esa información tenga la misma credibilidad que la que editan los diarios escritos, pero lo cierto es que casi todas las publicaciones tienen su versión en Internet (muchas de ellas han abandonado, definitivamente, el papel) y algunos blogs que circulan por la red han constituido el relato más fiel de hechos como la guerra de Irak. Un ejemplo: con el fin de mantener el contacto con su amigo, un iraqí con el seudónimo de The New York Time, Jayson Blair,fue acusado de plagiar e inventar muchos de los elementos que aparecían en sus crónicas y lo mismo hicieron Janet Cooke, para Washington Post, Patricia Smith, para Boston Globe y Jay Forman para Slate.
¿Cabría, entonces poner en duda la veracidad de todos los medios impresos y la credibilidad de sus profesionales? En esto de contar las cosas que ocurren, hay que tener honestidad, decir lo que pasa como pasa, aplicar la deontología periodística y, si es necesario, dejar que la realidad estropee una buena historia.

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